Nacemos. Okay.
No entendemos, no somos conscientes de nada.
Tampoco somos, ahí son por nosotros.
Mamá, cuadrado, teta, dedo, guauguau, es todo lo mismo. Estamos en un limbo de placenta lisérgica, pero afuera del vientre.
Ahí viene el primer
copy paste de la vida, supongamos.
Copy de esto y
paste a los 25, o por ahí, para ver ese momento varias veces, y sacar alguna conclusión, o simplemente para deleitarlo. Definitivamente puede ser un buen viaje.
Vamos creciendo y las experiencias multiplicándose.
Primarias, secundarias, roces, testosteronas, autosuficiencias. Y alguna que otra polución nocturna que nos termina de avivar:
Che boludo, no te das cuenta que esto está bueno.Acá viene el random individual, el primer sexo. Para algunos ellos puede llegar a ser
copy paste, si estuvo bueno. O en algunos casos
cut, si la timidez le ganó a la lujuria.
Para ellas, por biológicas razones, seguramente un sucio y doloroso
cut.
También, capaz antes, viajamos por la emoción, que no comprendemos en ese momento, de escuchar muchas primeras veces a
EL grupo de música. Ese
EL grupo de música que nos va a ser fundacional.
Para preparar la base y arrancar a bajar música al cráneo rígido.
Aunque en ese momento no somos demasiado reflexivos, ese es otro hermoso momento para volver a vivir en otra infancia, la madurez.
Después obviamente hay momentos que se van haciendo cada vez más usuales en la adultez. La muerte.
A medida que crecemos, también crecen las pérdidas. De seres queridos, de ídolos, de odiados, de referentes, de animales, de tapas de periódicos.
Ahí seguro también queremos hacer
cut y llevarnos ese olvido a la inmortalidad, para no comprender en vida, y olvidarlo en la eternidad.
Hay miles y miles de ejemplos más para cortar y pegar, pero es cuestión de que cada uno agarre su tijera mental y se ponga a jugar.